Frases de Concepción Arenal

Todo lo que endurece, desmoraliza.

No es tan culpable el que desconoce un deber como el que lo acepta y lo pisa.

El tedio es una enfermedad del entendimiento que no acontece sino a los ociosos.

Absurdo sería pedir al cálculo lo que puede dar la abnegación.

Un hombre aislado se siente débil, y lo es.

Cuando la culpa es de todos, la culpa no es de nadie.

El llanto es a veces el modo de expresar las cosas que no pueden decirse con palabras.

El error es un arma que acaba siempre por dispararse contra el que la emplea.

La injusticia, siempre mala, es horrible ejercida contra un desdichado.

Las fuerzas que se asocian para el bien no se suman, se multiplican.

Todas las cosas son imposibles, mientras lo parecen.

Es raro, muy raro, que nadie caiga en el abismo del desengaño sin haberse acercado voluntariamente a la orilla.

El amor es para el niño como el sol para las flores; no le basta pan: necesita caricias para ser bueno y ser fuerte.

Abrid escuelas y se cerraran cárceles.

La sociedad no puede en justicia prohibir el ejercicio honrado de sus facultades a la mitad del género humano.

Todo poder cae a impulsos del mal que ha hecho. Cada falta que ha cometido se convierte, tarde o temprano, en un ariete que contribuye a derribarlo.

Las malas leyes hallarán siempre, y contribuirán a formar, hombres peores que ellas, encargados de ejecutarlas.

Los grandes egoístas son el plantel de los grandes malvados.

En muchos casos hacemos por vanidad o por miedo, lo que haríamos por deber.

El dolor es la dignidad de la desgracia.

La compasión, buena siempre, es en muchos casos la celestial precursora de la justicia.

El dolor, cuando no se convierte en verdugo, es un gran maestro.

Entre los que son igualmente malos no hay paz si no es la impuesta por el miedo de alguno que es peor.

Hay tanta justicia en la caridad y tanta caridad en la justicia que no parece loca la esperanza de que llegue el día en que se confundan.

La caridad es un deber; la elección de la forma, un derecho.