Frases de William Shakespeare

El que gusta de ser adulado es digno del adulador.

La fortuna llega en algunos barcos que no son guiados.

Jamás viene la fortuna a manos llenas, ni concede una gracia que no haga expirar con un revés.

Las medidas templadas, que equivalen a remedios prudentes, son hartamente nocivas cuando el mal es violento.

La virtud misma no puede librarse de los golpes de la calumnia.

El traje denota muchas veces al hombre.

No hay quien sea enteramente inaccesible a la adulación, porque el hombre mismo que manifieste aborrecerla, en alabándole de esto es adulado con placer suyo.

Cuando llega la desgracia, nunca viene sola, sino a batallones.

El que muere paga todas sus deudas.

Si dos cabalgan en un caballo, uno debe ir detrás.

Hasta en la muerte de un pajarillo interviene una providencia irresistible.

Las maldiciones no van nunca más allá de los labios que las profieren.

No basta levantar al débil, hay que sostenerlo después.

El hombre arruinado lee su condición en los ojos de los demás con tanta rapidez que él mismo siente su caída.

No hay nada tan común como el deseo de ser elogiado.

Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada.

El desdichado no tiene otra medicina que la esperanza.

Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos.

En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser.

Anunciad con cien lenguas el mensaje agradable; pero dejad que las malas noticias se revelen por sí solas.

Cualquiera puede dominar un sufrimiento, excepto el que lo siente.

Dueños de sus destinos son los hombres. La culpa, querido Bruto, no está en las estrellas, sino en nuestros vicios.

Las valiosas presas convierten en ladrones a los hombres honrados.

No ensucies la fuente donde has apagado tu sed.

Las palabras están llenas de falsedad o de arte; la mirada es el lenguaje del corazón.