Nada destruye más el respeto por el Gobierno y por la ley de un país que la aprobación de leyes que no pueden ponerse en ejecución.
Es una verdad indiscutible que el conjunto del pueblo de cada país desea sinceramente su prosperidad; pero es igualmente irrefutable que no posee el descernimiento y la estabilidad necesarios para un gobierno sistemático.
Si tuviera que dimitir cada vez que el Gobierno discrepa conmigo, no duraría una semana como ministro de Defensa.
Es absurdo que un pueblo cifre sus esperanzas de redención y ventura en formas de gobierno que desconoce.
Si no existieran hijos, yernos, hermanos y cuñados, cuántos disgustos se ahorrarían los jefes de gobierno.
Ningún gobierno puede sostenerse sin el principio del temor así como del deber. Los hombres buenos obedecerán a este último, pero los malos solamente al primero.
La aceptación de la opresión por parte del oprimido acaba por ser complicidad; la cobardía es un consentimiento; existe solidaridad y participación vergonzosa entre el gobierno que hace el mal y el pueblo que lo deja hacer.
El gobierno tuvo su origen en el propósito de encontrar una forma de asociación que defienda y proteja la persona y la propiedad de cada cual con la fuerza común de todos.
Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes.
La descomposición de todo gobierno comienza por la decadencia de los principio sobre los cuales fué fundado.